Comencé a laborar para Hocol S.A. en octubre de 1989. Esta era una petrolera americana recién adquirida por compañías Shell. Estaban recién llegados a la ciudad de Cartagena y de ella muy pocos tenían conocimiento. Ingresé referenciado y recomendado por Mónica Abello, ex compañera y amiga en Amocar S.A. empresa encargada de elaborar amoniaco. Tuve la fortuna de conocer a Mónica cuando realicé, en esta empresa, mis prácticas estudiantiles de Tecnología de Sistemas a mediados de 1988.
Para ingresar a Hocol me tocó renunciar a La Siderúrgica Del Caribe (fue esta empresa mi primera experiencia laboral) y recuerdo que al anunciar mi retiro, mi jefe de la época, Nicanor Espinosa, me advirtió lo riesgoso que era dejar una empresa reconocida e importante, por la aventura que emprendería. Además, era yo el encargado de liquidar la nómina con escasos 21 años, lo que me auguraba un ascenso vertiginoso y seguro en la mencionada siderúrgica.
Dejándome llevar por mi instinto, y por el hecho que mi sueldo fue, literalmente duplicado, ingresé a la localmente desconocida Hocol S.A.
Estando en plena inducción empresarial, y como requisito de la misma, debimos viajar en uno de los 3 chartes (al servicio de la compañía) a la ciudad de Neiva en el departamento del Huila. Era un día jueves, y el viaje demoraba 2 horas desde Cartagena. Regresaríamos el mismo día al finalizar la tarde.
En pleno vuelo y a escasos 20 minutos de llegar a la capital del Huila, la cabina del pequeño bimotor con capacidad para 15 pasajeros, súbitamente comenzó a llenarse de humo. Este salía abundantemente por los ductos del aire acondicionado y todos a bordo entraron en pánico; más yo al ver que el vuelo transcurría sin sobresaltos, ni descenso repentino, tranquilamente esperé a que nos informaran acerca de lo que estaba sucediendo. La azafata entró a la cabina de los pilotos y les informó acerca de la inusual situación. El ingeniero de vuelo recorrió el pequeño aparato inspeccionando todo; y pidiéndonos tranquilidad, regresó a la cabina de pilotos. Yo, algo inquieto, observé que la presencia de humo persistía. De repente, un sudoroso ingeniero de vuelo, aparece nuevamente; su rostro lucía palidez extrema, sus ojos, ostensiblemente abiertos, evidenciaban pánico y desespero. Presuroso recorría en busca del origen del humo, y yo, al ver el rostro descompuesto de este señor, entré en pánico también. Pensé, si este individuo, entrenado e instruido para este tipo de situaciones, estaba así de angustiado, la caída de la pequeña aeronave sería inminente.
A los pocos segundos el humo comenzó a disiparse. El ingeniero y la azafata, ahora más relajados, nos informaron que la situación ya estaba controlada, y nos pidieron alistarnos para el ya próximo aterrizaje en la ciudad de Neiva.
Al aterrizar, varios de nosotros muy angustiados, preguntamos acerca del regreso. La azafata, una chica joven, rubia y muy atractiva, nos informó que el avión quedaría para revisión en Neiva, y otro chárter vendría desde Bogotá por nosotros para finalizar el trayecto.
Estuvimos en Neiva y recorrimos algunos pozos petroleros de la compañía. Visitamos varias instalaciones y una refinería. Almorzamos en el club que Hocol tenía en dicha ciudad, y que si mal no recuerdo, se llamaba: “Andaquíes”. En este pasamos el resto de la tarde hasta la hora de regreso.
Ya en el aeropuerto y al darnos cuenta que el regreso sería en el mismo avión, todos nos reusamos a abordar. La inútil insistencia del piloto, e ingeniero de vuelo; por convencernos de que había sido un daño menor en una de las mangueras hidráulicas, no nos convencía. Hasta que esta hermosa azafata, con una sola intervención, nos persuadió. “A ver mis chicos queridos, ¿ustedes piensan que nosotros, la tripulación, somos suicidas? Pues no, yo quiero vivir ¡y quiero regresar a casa ya!”. Este argumento, totalmente válido y acertado, nos convenció. Abordamos, unos más preocupados que otros, pero abordamos; y emprendimos el feliz regreso, sin contratiempos. Cabe anotar que la infaltable existencia de whisky que había en el pequeño aparato, fue agotada.
Este azarado vuelo lo realizamos un día jueves. El martes siguiente y cerca del mismo sector donde ocurrió nuestro percance, este avión se accidentó; en las montañas que rodean el aeropuerto de Neiva, pereciendo toda la tripulación (piloto, ingeniero de vuelo, azafata) y varios empleaos de Hocol. Entre ellos un ingeniero del mismo departamento donde yo laboraba, Proyectos.
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