Dejé de fumar hace seis años por recomendación expresa de mi hija de 9, Sofía Páez, y ella muy jactanciosa a veces me lo recuerda diciéndome, "papá te salvé la vida".
Cuándo lo hacía, en mis inicios, fumaba "Piel Roja" sin filtro. Es un cigarro fuerte y el cuál deja pequeñas virutas en tus labios después de cada aspirada. De hecho era tan fuerte, que no podía fumar más de cuatro en una parranda. Quienes han fumado saben, que es en tragos cuando este perjudicial vicio más acecha.
En esa época se podía fumar dentro de los establecimientos y cuando íbamos a discoteca, nuestras lindas acompañantes salían con sus cabellos impregnados en el poco agradable olor a cigarrillo.
Recuerdo que mis amigos siempre se burlaban cuando encendía uno de los míos, "ya viene el viejo a prender su picha de perro", así llamaban popularmente, al nativo y silvestre "Piel Roja".
Después mi gusto algo más refinado, se interesó en los habanos "Cohíba". Prefería los "Cohíba Club", por ser del tamaño más parecido al de un cigarrillo normal, lo que me permitía fumarlo de una sola vez y no tener que andar guardando los apestosos tabacos a medio fumar.
Los compraba en la "Cava del Puro", sitio especializado en todo lo referente a los habanos y ubicado a uno de los costados de la iglesia San Pedro Claver. Su propietario, Doménico, es un italiano calvo y corto de una pierna, quien además es un excelente anfitrión. Cada ida a su establecimiento, se convertía en una tertulia improvisada entre desconocidos, ya que él no te dejaba ir, sin antes tomarte sendos rones, de una marca cartagenera que él muy bien promocionaba. Ron que bien acompañaba los puros recién adquiridos, y los cuáles comenzaba a consumir en el mismo establecimiento.
Era un verdadero placer acompañar cada bocanada del apreciado tabaco cubano, con un buen Whisky, ron, o por qué no, una fría Club Colombia. La mezcla de sabores producida por el juguetear del humo recién aspirado, entre tu paladar y nariz, después de la ingesta del licor apetecido, es realmente una sensación muy agradable. Dañina, pero agradable.
Cierta ocasión y mientras lavaban mi auto en uno de esos lavaderos improvisados que abundan por el barrio "Pie de la Popa" de nuestra histórica Cartagena, me recosté a un frondoso árbol de almendras para refugiarme del pertinaz sol. Sol que inclementemente azotaba las espaldas desnudas de los curtidos lavadores. Acababa de almorzar y quien ha fumado sabe, que después de un abundante almuerzo, las ganas de un cigarro te dominan. Prendí mi Cohíba Club y mientras saboreaba la primera bocanada, un reciclador que en el frondoso árbol también se refugiaba me pregunta: "docto, eso que está fumando, ¿Es prima-hermana de la marihuana?", casi ahogado por el humo recién aspirado y después una sonora carcajada, le respondí, "son parientes amigo, son parientes".
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