jueves, 28 de mayo de 2015

Tragedia en zona industrial de Cartagena, Mamonal.


El 8 de Diciembre de 1977, tenía escasos 10 años, nos encontrábamos en la vecina población de Turbaco visitando a Dionisio Torres, amigo entrañable de mi padre, cuando a eso de las 8:30 de la noche, una estrepitosa pero lejana explosión capta la atención de todos los presentes. El silencio se apoderó de todos por escasos segundos y los adultos asustados argumentaban conjeturas entre sí sobre la procedencia y origen de tan extraño suceso.

Era una noche muy oscura y estrellada, en aquella época las luces incandescentes de la ciudad no trascendían más allá del barrio de Ternera y era notorio como comenzaba a cambiar favorablemente la temperatura a medida que comenzábamos el ascenso a dicha población.

Intrigado por lo sucedido y como presagiando un nefasto acontecimiento, mi padre se despide de todos y comenzamos el descenso a casa, famosa era esta carretera (Turbaco – Cartagena) por la alta accidentalidad, ya que además de ser una bajada pronunciada y extensa, las curvas cerradas y la estrechez de la calzada en aquel entonces, hacía de este trayecto una ruta peligrosa.

A mitad de camino y justo en medio de una de las curvas, un jeep Land Rover color verde claro sobrepasa nuestro vehículo de forma veloz e imprudente, mi padre lo reconoce y muy preocupado comenta: “algo pasó en Abocol, ese carro es uno de los que utilizan los ingenieros que quedan de Stand By en la planta”. Esa era la empresa donde mi padre laboró la mayor parte de su vida y a donde en más de una ocasión lo acompañé felizmente en época de vacaciones, para “ayudarlo a trabajar”.

Apenas llegamos a la casa y cuando aún no nos habíamos bajado del auto, era notorio el repicar incesante del teléfono, mi padre salta del carro y como si ese instante se hiciera eterno, busca desesperado entre su manojo de llaves la que por fin abre la puerta, corre apresurado y contesta desde el teléfono de la sala, era el jefe de seguridad de Abocol coronel ret. julio Gonzalez, quien le informaba que su presencia era requerida en la planta inmediatamente.

La noche fue larga, hasta que por fin nos rindió el sueño, al día siguiente la noticia era de lo único que se ocupaba la gente, 23 personas habían fallecido por la explosión de un reactor en la recién instalada planta de Urea de Abocol, lo que provocó el desprendimiento de una inmensa nube de amoníaco que mataba todo ser viviente que estuviera en su camino, grillos, aves, cangrejos, perros y humano alguno que estuviera en contacto con el letal gas era aniquilado inmediatamente.

Era desgarrador escuchar los relatos de mi padre, era muy elocuente en la descripción de los hechos, de la cantidad de fallecidos en el siniestro, de cómo la piel de los heridos se desprendía en hilachas y quedaba adherida a las manos de quienes trataban de socorrerlos, de un cuerpo encontrado en el baño recostado al lavamanos y con su rostro envuelto en una tolla humedecida como tratando de esta manera evitar la fatal inhalación, de dos compañeros quienes tratando de escapar de la nube tóxica, se treparon a las mallas de seguridad que circundaba las instalaciones y sus cuerpos fueron hallados aferrados a las mismas, con sus ojos brotados y bocas abiertas denotando angustia extrema, en fin relatos tan abrumadores que te arrugaban el corazón y podías sentir en el estómago, ya que el retrato mental era fácil de realizar por la excelente descripción que mi padre hacía de los acontecimientos; es de él de quién estoy seguro, heredé mi humilde habilidad narrativa.

Hoy 36 años después son pocos los recuerdos que la gente tiene de esto, lo traigo a colación por otro incidente ocurrido ayer en esta misma planta y como bien es sabido, quien no conoce su historia, lo más probable es que la repita. Me parece absurdo que la zona industrial de Cartagena no tenga una estación propia de bomberos, sin menoscabar las unidades antiincendios de Ecopetrol, con sus miembros entrenados y equipada para desastres químicos.

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