jueves, 28 de mayo de 2015

“Institución Educativa y de Enseñanza Temprana La Seño Triny”



Mis primeros años escolares fueron donde la “Seño Triny”, colegito de barrio ubicado en la urbanización Santa Mónica. Constaba únicamente de un aula, la sala de la casa.

La directora, profesora, secretaria, asistente de baño y aseadora, era la seño Triny. Mujer blanca y simpática con apariencia del interior del país, y su esposo, panadero de profesión, y profesor de educación física e inglés, por rebusque. Ellos dos, eran los encargados de la atención y el cuidado de aproximadamente 10 o 12 niños.


Las clases terminaban al medio día, y mientras nos venían a recoger, la seño Triny nos sacaba a la terraza y aprovechábamos ese valioso tiempo para jugar a lo primero que se nos ocurriere. Cierto día, mientras jugábamos correteándonos los unos a los otros, a mi compañerito de clases Edwin Salcedo Vásquez, se le salió uno de sus zapatos, y yo, de esa forma irreflexiva que caracteriza a los infantes, y casi que instintivamente, lo tomé, y sin la más mínima duda, lo arrojé al tejado de la escuelita. A Edwin esto para nada lo mortifico y seguimos jugando como si nada, él con un pie calzado y el otro en plantilla de medias.

A Edwin lo recogía su hermano mayor. Iba en una camioneta grande de color rojo oscuro y de estacas metálicas en la parte trasera. Cuando este le pregunta a Edwin por el otro zapato, este, con esa sonrisa tan amplia que siempre le ha caracterizado y que deja ver parte de sus encías, le informa que estaba en el tejado, que yo allá se lo había tirado.

Lógicamente el hermano no estaba preparado para este imprevisto, llama a la puerta de la seño Triny y le solicita una escalera. Recuerdo al hermano de Edwin como un hombre muy alto y grueso, recuerdo que los dos nos mirábamos y reíamos por la dificultad con que este subía por las escalas. Ya ubicado en el extremo superior y ad portas del tejado, levanta su rodilla izquierda y cuando trata de alcanzar el techo, la escalera se desliza un tris sobre el repello que no estaba pintado en lo más alto de la pared, imposible olvidar la cara de susto de este señor y la gran hilaridad que esta produjo en todos los chicos que atentos mirábamos el rescate.

Con mucho esfuerzo por fin el calzado es rescatado, y el corpulento hombre emprendió el descenso, el cual fue igual de gracioso para nosotros, como complicado para él. Con el fin de bajar más seguro usando ambas manos, cuando estaba a mitad de la escalera, suelta el zapato y lo deja caer al piso. Inmediatamente miré a Edwin, y otra vez sin dudarlo siquiera, tomé el calzado y nuevamente lo tiré al techo, para de esta forma obtener una repetición instantánea del divertido rescate. No sé si por pena, o temor, la seño Triny quedó enmudecida. Jamás podré borrar de mi mente la cara de este señor, cuando ya con ambos pies en la tierra, y al preguntar por el zapato, notoriamente avergonzada, la seño Triny le informa que nuevamente está en el tejado.

Cuando todo pasa, la seño Triny muy seria me pidió que le prestara mi cuaderno y comienza a escribir. Yo seguí alegremente correteando con el resto de compañeritos. Me llamó la atención el tiempo que tardaba escribiendo la seño Triny, y como no sabía leer, me le acerqué y pregunté: ¿Seño Triny y que tanto escribe? “Escribiendo lo bien que te portas aquí en el colegio Ivancito, a penas llegues a tu casa, le enseñas esta nota a tu mamá”.

Y así lo hice, apenas me baje del carro salí corriendo con mucha alegría y sin saludar a mi madre siquiera hurgué entre mi maletín y apresurado le mostré el cuaderno diciéndole: “mami, mami, la seño Triny mandó una nota que dice lo bien que yo me porto”.

Duré dos semanas castigado y sin salir a ninguna parte, recuerdo a mi padre tenuemente sonreído, con la mano a un lado de su mejilla tratando de ocultar su boca y diciéndole en voz baja a mi madre: “! A este carajo lo expulsaron del parvulito ¡”.


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