En junio del año 1986, el calor del verano casi eterno que vivimos en Cartagena, alcanzaba los 40 grados a la sombra. Era tan sofocante la sensación térmica, que gastábamos la mayor parte del día en playa. Además, por ser las vacaciones de mitad de año, nuestra hermosa ciudad amurallada se llenaba de cachacas adolecentes sedientas de: mar caribe, sol y nativos del trópico. Estas dignas representantes de las altiplanicies colombianas, descargaban sus pálidos cuerpos sobre las abarrotadas playas de Bocagrande en el sector conocido como Hollywood.
En las noches, la visita a las discotecas de moda era un ritual obligado. Pero como yo siempre he sido algo extraño, y muy a pesar de estar apenas saliendo de mi adolescencia, hice de la taberna “La Quemada”, uno de mis sitios predilectos para ir a rumbear. Esto causaba asombro en mis contemporáneos, quiénes me tildaban de viejo.
Los boleros, magistralmente interpretados por Cenelia Alcázar, y el excelente dominio de la guitarra acústica que mostraba Sofronín Martinez, hacían que este sitio fuera frecuentado, principalmente, por gente mayor. Recuerdo también que el contrabajo era magistralmente tocado por Hugo Llamas, vecino del barrio El Recreo, y cuando él me saludaba en medio de la tocata al verme llegar, este simple gesto, me daba cierta notoriedad ante quien me acompañase.
Una noche cualquiera de ese junio, llegue a La Quemada acompañado por María del Carmen, una linda exponente de nuestra costa caribe y vecina del barrio de Manga, y como siempre, procedimos a disfrutar de una exquisita velada. En medio del jolgorio y al calor de los tragos, observo como una pareja que estaba apostada en la barra, nos miraba con insistencia. Él, hombre caucásico, entrado en los cuarenta, y ella, una hermosa rubia de aproximadamente treinta años. Su piel era muy blanca, poseía un hermoso y lacio cabello rubio, tan esplendoroso, que parecían rayos arrebatados al mismísimo sol. Sus grandes ojos verdes iluminaban la vieja taberna y captaron enseguida toda mi atención.
Charlábamos amenamente Mary y yo, cuando irrumpe el mesero con un par de tragos que no habíamos pedido. Asombrado por esto, le advierto que mi botella aún no había terminado y que por ende no requería más bebida. El mesero amablemente nos explica, que las bebidas son un presente de los señores de la barra. Esto me pareció extraño, pero levantando la copa a manera de brindis, agradecí el gesto.
En una ida de mi amiga al baño, se aproxima la despampanante rubia y acercándose extremadamente, me susurra al oído: “Quiero bailar contigo y si te preocupa lo que pueda pensar tu amiga, invéntate lo que quieras que yo te sigo la corriente”. Quedé asombrado, ella en ese instante estaba sola, al tipo no se le veía por ningún lado, pero como la inmadurez y los deseos, en aquella época no daban mucho margen a la reflexión, decidí aceptar la propuesta.
Cuando regresa mi amiga del baño, le comento que la chica de la barra me parecía conocida, es más, le confirmé que ya sabía de donde le conocía y levantándome intempestivamente de la silla, pero permaneciendo en nuestra mesa, la llamé, y justo en el instante que ella muy sonriente se dirige hacia mí, abro mis largos brazos y la arropo con un fuerte abrazo mientras le digo: “amiga querida, discúlpame por no haberte reconocido, que hay de tu gente, como quedó tu hermano, ¿sigue en Palmira?”. Fue lo único que se me ocurrió decir, había estado de vacaciones en el diciembre inmediatamente anterior en Cali y vi en esta chica el genotipo de la mujer valluna. Y acerté, ella era caleña por lo que nos quedó muy fácil hablar de sitios reconocidos y de los cuales comentamos con familiaridad. Después de sendos abrazos, y de presentarle a mi amiga, ella, muy amablemente nos presenta a su acompañante quien justo en ese momento regresaba del baño. Luego, ambos regresan a la barra, y nosotros seguimos en nuestra mesa.
Cuando Sofronín y su orquesta descansaban, hacían sonar en LP´s los éxitos del momento, y es cuando suena “Cali Pachanguero”, que esta hermosa rubia hace su movimiento. Se levanta de su asiento y sin dejar un solo instante de mirar hacia mí, se acerca lentamente. Para mí, el mundo se detuvo por un instante. Sus amplias caderas ondulantes, armonizaban con las tonadas de afamado tema. Sus inmensos ojos verdes, clavados a los míos, no permitían que dejara de mirarla, y su alta figura hacía que esta mujer luciera imponente.
Salimos a bailar y su acompañante hizo lo propio con mi Mary. Fueron sólo dos canciones las bailadas, pero fueron las necesarias para darme cuenta que no había sido buena idea. Mi Mary, con su brazo extendido y apoyando su mano abierta sobre el pecho del caballero, marcaba distancia, más la rubia por el contrario, muy emocionada aferraba sus manos a mi espalda, lo que daba como resultado obvio, su pecho y el mío fundidos en uno sólo.
Su estrepitoso palpitar cardíaco irrumpía dominante sobre mi pecho y sus abultados senos, descaradamente reposaban sobre mí. Su respiración agitada la podía sentir cuando chocaba contra mí ya erizado cuello y de vez en cuando, acercaba su nariz detrás de mí oreja como tratando de olfatearme. Por un instante me olvidé del resto del mundo.
Me cercioré de permanecer el mayor tiempo posible de espaldas a Mary y al acompañante de esta chica, de tal manera que mis hombros obstruyeran la visión de ellos. Mis manos inquietas comenzaron a deslizarse muy suavemente desde sus hombros hasta la parte baja de su espalda, y mientras lo hacía, mis dedos palpaban con detenimiento cada milímetro de piel recorrida. El tiempo pareció detenerse, solo existíamos ella y yo, y cuando mis manos alcanzaron el final de su espalda, toda la magia abruptamente se desvaneció. Esta hermosa rubia escondía, debajo de su delicada blusa blanca espalda-afuera, una inmensa pistola Pietro Beretta 9 milímetros.
Mi corazón acelerado, ya no latía de emoción; era ahora un sentimiento de preocupación lo que me albergaba. Si ella siendo mujer y delicada, usaba una de estas, que rayos estaría portando el tipo.
Mary solo bailó una canción y ya se encontraba en la mesa esperándome, y fue este el pretexto que utilicé para sentarme.
Cuando le comenté a Mary lo sucedido, apresuradamente me replico: "está bueno que te pase".
Seguimos en el sitio y tratamos de continuar nuestra velada como si nada, muy a pesar de que la chica seguía mirando con insistencia, y esto al tipo para nada parecía molestarle.
En una de mis idas al baño, encuentro a dos señores mayores, apostados a la entrada del mismo consumiendo descaradamente cocaína. Ignorándolos por completo seguí mi camino. Al salir, estos tipos seguían en lo mismo pero obstruyendo mi paso, por lo que me toco pedirles permiso. Fingiendo buscar algo en el bolsillo de mi pantalón, pasé en medio de ellos sin tener que mirarlos, y cuando levanto la vista para seguir mi camino, allí estaba ella, de pie en medio del espacio compartido de los baños, estaba esperándome. La verdad, ya no me emocionó verla. Con tono fuerte y algo agresivo, me increpa: "¿que estás haciendo? si quieres droga pídeme a mí". Yo le aclaré que no tenía nada que ver con eso, que era obvio que no conocía a esos señores.
Ella prosiguió reclamándome, era evidente que el licor en ella ya había comenzado a hacer efecto. De repente y para mi total sorpresa, rápidamente saca su arma y colocándola en mi pecho me recrimina: "¿qué tal si te digo que soy de la DEA?, ¿cómo estarías ahora?". Mis ojos no se podían apartar de la reluciente pistola, su brillo metálico encandiló mis pupilas, y por un momento pensé que la accionaría. Mas sin embargo, la calma que siempre me ha caracterizado en momentos difíciles, permitió que actuara serenamente. Extendí mis brazos y la abracé afectuosamente, quedando el arma en medio de los dos. Fue lo único que se me ocurrió hacer, y funcionó, se quedó callada, ella tiernamente encogió sus hombros, ladeó la cabeza y acomodó su delicado rostro entre mi hombro y cuello, pareció refugiarse en mí, y con la mano que le quedaba libre, fuertemente correspondió el abrazo.
Cuando la solté, tan rápido como la había sacado, guardó su arma. Acto seguido, toma mi rostro con ambas manos y me da un fugaz beso en la boca, luego muy sonriente, prosigue al tocador de damas.
Llegué a la mesa y le dije a Mary que debíamos marcharnos inmediatamente. Era la una y treinta de la madrugada. Pido la cuenta y noto cuando ella, algo zigzagueante, viene caminando nuevamente a su sitio en la barra.
Cuando el mesero regresa, nos comenta que la cuenta ya había sido cancelada por estos sujetos. En esa época, los narcos andaban como dueños y señores de la ciudad. Me preocupaba salir a las carreras y que esto les disgustara, por lo que decidí acercarme para agradecer la invitación y despedirnos.
El tipo, con marcado acento paisa, me pregunta la razón por la cual nos íbamos tan temprano, tomando a Mary por la mano le indiqué, que sólo hasta esa hora, ella tenía permiso. La chica nos dice que ellos tenían un yate atracado en el muelle de Los Pegasos, frente al centro de convenciones, si queríamos, podríamos abordar inmediatamente y dar un paseo nocturno por la hermosa bahía de cartagenera. Usando la misma excusa, les dije que no, pero que tal vez al día siguiente si podríamos si ellos nos decían cómo contactarles. Me pareció, que si sembraba en ellos la esperanza de un nuevo encuentro, nos dejaran ir sin ningún inconveniente. El tipo pide papel y un bolígrafo al dependiente de la barra, y cundo éste los trae, se los pasa a la chica. Ella anota un número fijo, en esa época no existían los celulares, y sólo escribe su nombre, “Adriana”, sin apellido y sin más datos.
Con aparente calma salimos del lugar. Mi auto lo había estacionado en la plaza de los coches, detrás del Reloj Publico, en aquella época me pareció esta una gran distancia. Cuando íbamos a la mitad de la Plaza de la Aduana, miro hacia atrás y noto que ellos también abandonaban la taberna. Le comento esto a Mary y pidiéndole que no volteara, apresuráramos el paso. Era la seguridad de ella lo que más me preocupaba.
Llegamos a mi auto y salimos del centro amurallado. De camino al barrio de manga, miraba con insistencia por el retrovisor a ver si nos seguían. Pero no, ambos llegamos a nuestras casas sin ningún contratiempo.
Pasado un tiempo me enteré, que un poderoso narco a quien apodaban “Tomate”, venía con regular frecuencia a Cartagena. Este personaje se había hecho famoso en la ciudad por dos cosas. Una, por hacerse escoltar únicamente de mujeres, y la otra, por organizar unos bacanales en un lujoso yate que poseía. En estos, no era extraño encontrar afamadas modelos y/o actrices. Este tipo, mucho tiempo después, fue capturado aquí en Cartagena en el barrio de Bocagrande. Recuerdo muy bien la noticia de su captura porque uno de los detectives que participó en el operativo, recibió un disparo en la cara de parte de este señor. Especulando con Mary, llegamos a la conclusión, que éste, habría podido ser, el inquietante personaje de aquella noche.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario