Fui vecino de la familia Cervantes en el barrio "El Recreo" de la ciudad de Cartagena, cuando mi nombre era Iván en vez de Douglas y no es que me lo haya cambiado, no, es que a los cinco años, edad a la que llegué a dicho barrio, ese Douglas era difícil de pronunciar.
Eran los Cervantes mis vecinos cuando el campeón recién iniciaba su gloria y la prosperidad llegaba a sus vidas tan contundente y sorpresiva como un golpe de la zurda que él muy bien administraba.
Fui compañero de juegos infantiles y andadas de Manuel Cervantes, su hijo mayor, lo que me permitió muchas veces la entrada a su casa.
Famosas eran las fiestas cuando el campeón llegaba. Recuerdo una descomunal olla de sancocho hirviente en medio del patio y a nosotros corriendo alrededor de la misma, o jugando a las escondidas entre las matas de plátano. Estas casas tienen patios extensos donde no es extraño encontrar frutales, hortalizas y matas ornamentales, lo que para nuestra volátil imaginación infantil, no era difícil convertir en una exuberante jungla.
La primera vez que vi al campeón fue en uno de esos corrillos infantiles esquivando adornos e invitados por toda la casa. De repente, Manuel abruptamente me detiene colocando su mano abierta en mi pecho, y señalado con su índice me advierte, "ese es mi papá". Percibí admiración y amor en sus palabras ya que si hubiese querido jactarse, me hubiese señalado al "Campeón".
Y allí estaba él, sentado en medio de todos, callado; le brindan un trago y dice que no, sin desplante ni gesto alguno, simplemente dice que no. Pambelé se da cuenta de nosotros y con un gesto nos pide acercarnos. Con voz gruesa, pero a la vez pausada, y un leve acento palenquero, pregunta: "¿Mane y este cachaquito quién es?", "papi él no es cachaco, es Ivancito Páez y vive en la otra calle, detrás de los Orozco". "¿Y él es amigo tuyo?", Volvió a preguntar el campeón. "Si papi, él es mi amigo". Entonces, levantando sus dos manos empuñadas y haciendo un ademán de combate boxístico, toca mi pecho con ese puño inmenso, áspero y lleno de callos en los nudillos y exclama: "entonces Ivancito Páez también es mi amigo". Me quedé impávido y con una sonrisa media faz congelada en mis pronunciados cachetes. No lo podía creer, era amigo de "Kid Pambelé".
Fue la única vez en mi vida escolar, que desee acortar el fin de semana para llegar lo más pronto posible al colegio. Hice la primaria en el colegio "Los Ángeles" del barrio Pie de la Popa, y afanado quería llegar y presumir, de esa forma exagerada y jactanciosa que solo a los niños les queda bien; que era amigo del gran "Kid Pambelé".
Tengo en mi mente la imagen de un hombre moreno, alto, delgado y muy elegante. Vestía traje completo; serio y bien puestecito, como dirían nuestras abuelas.
Recuerdo verlo retirarse a dormir cuando la fiesta aún estaba lejos de terminar, no podían ser más de las ocho de la noche pues mi permiso era hasta esa hora, y yo aún permanecía en medio del jolgorio dando lata con el hijo del campeón.
La casa de los Cervantes era blanca, y en la fachada había incrustaciones de ladrillo rojo hasta poco menos de la mitad de la pared. El piso era de baldosas blancas con pequeños puntos y trazos rojos.
Recuerdo que en una de esas llegadas del campeón, como siempre, el sancocho era para todo aquel que quisiera saludarle, y claro allí estábamos nosotros en medio de todos corriendo sin cesar.
Tenían ellos en la mitad de la sala comedor y justo sobre la mesa, una inmensa lámpara de cristales, con múltiples rombos tridimensionales que caían a borbotones, era una lámpara hermosa, la estructura central o esqueleto, era de color dorado, y en sus terminaciones, se alzaban hermosas coronas de cristal dentro de las cuales iban las luminarias. Mane me dijo que todo lo dorado en esa lámpara era de oro, yo le creí.
Recuerdo como su hubiese sido ayer, mirar al campeón sentado en las mesa y comiendo rodeado por muchos. Actuaba extraño, hablaba alto, y se reía a carcajadas. De repente y de un sólo salto, se pone de pie, tambalea un poco y acto seguido, coge la lámpara que Mane y yo tanto admirábamos, como pera de boxeo. Lanzándole no más de cuatro poderosos y muy rápidos golpes, la destruye por completo.
Los vidrios salieron disparados por todos lados, algunos hicieron blanco en varios invitados, quienes, para mi desconcierto, y a pesar de los golpes y una leve magulladura en la frente de Plutarco (esposo de Candelaria, hermana de Pambelé), rieron a carcajadas festejando la hazaña del campeón.
Me quedé paralizado por un instante, asustado y dudando sobre qué hacer. De repente escucho la voz de Mane, la cual me saca del letargo momentáneo diciendo, "rápido Ivancito coge los tuyos". Fue en ese momento, y mientras recogíamos algunos rombos de cristal convencidos que eran diamantes, que entendí, a mi corta edad, que el campeón estaba cambiando.
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