miércoles, 30 de diciembre de 2015
Homenaje a Gabo
Yendo rumbo a casa de mis hijas en la urbanización Villa Venecia, una tarde cualquiera de estos melancólicos días de semana santa, el conductor del taxi que me transportaba, abruptamente detiene su marcha y sin explicación aparente se baja del auto, motivo: apropiarse de dos mangos recién caídos de uno de los frondosos arboles, que de este fruto, en dicha urbanización abundan.
No sé si por amabilidad o por sentirse él obligado, al pensar erróneamente que era yo propietario de alguna de las casas, extiende sus manos y me pone a escoger uno cualquiera de los pintorescos frutos y me hace partícipe de la fortuita adquisición.
Eran dos magníficos ejemplares, generosos en tamaño pero diferentes en apariencia. Uno lucia matizado con una perfecta combinación de rojo y amarillo que sutilmente se diseminaba por todo el fruto, indicando de esta manera que había alcanzado su total madurez. El otro, carente absoluto del rojo presente en el primero, mostraba en su base un pálido verde esparcido e imponente hasta poco más de la mitad del mismo, y de allí en adelante, un pálido amarillo poco a poco se iba imponiendo, hasta volverse reluciente e intenso en la punta a manera de corona. Este último era el menos maduro.
Devolviendo el gesto, dejé que fuera él quien se apropiara del predilecto y dejara para mi el descartado, y como bien había supuesto, el amable conductor dejó para mi el más verde.
Estos mangos de "Clase" (con este apelativo se les conoce en estas tierras), poseen un exquisito y dulce sabor cuando están maduros, pero cuando no han alcanzado ese punto, su acidez es tan fuerte que algunos lo tildan de insoportable.
Sofía, mi hija de 10 años, apenas vio el magnífico ejemplar y al notar que era el color verde lo que predominaba en su corteza, enseguida supo que hacer para conseguir mayor disfrute de la apetitosa vianda. Fue entonces cuando en pocos segundos pasé, de padre proveedor, a ayudante culinario.
Con mucha diligencia la vivaz niña toma un afilado cuchillo y me ordena pelar el mango en su totalidad, advirtiéndome antes que debía retirar sólo la corteza. Toma ella un plato hondo y va depositando los trozos de mango ya pelados dentro del mismo. En un pequeño plato llano aparte, la laboriosa niña hace una mezcla terrosa con sal y pimienta. Y como si esto fuera poco, escurre las dos mitades de un jugoso limón sobre el ya sudoroso y recién rebanado mango. Mis papilas gustativas rechinaban dentro de mi boca por tanto estímulo visual y de aromas. Cada pedazo goteante de mango verde untado con la terrosa mezcla de sal y pimienta, saturaban de salivación de mi ya aguada boca, mucho antes de que el trozo de mango la tocase.
Como olvidar la espontánea carcajada que la bella Sofy expelía, cada vez que veía que mi rostro afectado por la ácida mezcla se arrugaba. Sus blancos dientes por completo los mostraba y parte de su encía sobre ellos reluciente se veía. Sus ojitos negros, llorosos y brillantes lucían, mientras ella; totalmente descontrolada y con una mano tapando su boca, trataba de esconder infructuosamente su risa. Tenía ante mí una de las mas hermosas de las vistas, la espontánea carcajada de un niño.
Para ti mi apreciado lector; si he logrado que en tu mente vieras los mangos que el taxista recogió, si logré mostrarte el rostro alegre de mi pequeña hija, y sí, mejor aún, logré que se te hiciera agua la boca con la preparación e ingesta de la fruta; entonces has sentido el poder de la palabra, aclarando eso si, de manos de este simple aficionado con pretensiones de literato.
Sólo se debe juzgar la obra y legado de una persona teniendo en cuenta su desempeño y productividad dentro de la misma. Criticar a nuestro nobel por su ideología, irreverencia de credo, o peor aún, por su escasa diligencia político-administrativa con respecto a su natal Aracataca, o respecto a nuestra sufrida Colombia, es tan ilógico, como pretender exigirle a alguno de nuestros inoperantes dirigentes públicos, una obra literaria.
Paz en su tumba.
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