Una noche de miércoles cualquiera,
me encontraba en el bar “Tasca María” de la calle de la Media Luna en mi natal Cartagena
de Indias. Fui invitado por uno de los propietarios de la época, Eduardo Luis Guardela
Quintana, quien en varias ocasiones me insistió que lo visitara un miércoles, para
de esta manera comprobar lo espectacular que era la vida nocturna, en esta
calle, estos días en especial. Motivado por mi espíritu investigativo (ganas de
una buena conversa y una fría cerveza), decidí aceptar la invitación y constatar, vivencialmente, lo que en este afamado sector ocurría.
Ya cerca de la media noche, una
chica joven, negra, delgada, alta y muy atractiva, se acerca y me pregunta que
si podíamos bailar. Acepté su propuesta, no sin antes obtener la aprobación de
un chico alto y musculoso que la acompañaba.
Después de bailar una Salsa
y un Reguetón, esta pareja se ubicó a mi lado en la atestada barra del lugar y conversamos
amenamente. En uno de los apartes de la tertulia, esta chica comienza a “despacharse”
en contra de los cartageneros, sin importarle saber que era yo nativo. Que
todos éramos racistas, excluyentes, mal educados, etc. La dejé que se desahogara
y apenas me permitió el espacio, le comenté: amiga, primero, mi educación jamás
permitirá referirme tan despectivamente de una región, o país cualquiera,
sabiendo que hay un originario de la misma presente; segundo, cuando hables de personas,
jamás cometas el error de agruparnos a todos en un solo concepto; somos entes
individuales y por ende, cada uno un universo distinto, complicado y enigmático,
pero distinto.
Ella, un poco alicorada ya,
insistía en el racismo; tratando de mostrar aceptación de mis palabras, ya no
solo endilgaba esta criticable práctica, únicamente a los cartageneros, y dijo
que era una actitud generalizada en toda Colombia, y comenzó a contar una serie
de actos racistas que ella había padecido.
Nuevamente la dejé que
terminara todos sus argumentos; debo reconocer que tenía razón al sentirse discriminada
según lo que narró. Han existido, existen y existirán personas discriminatorias
siempre, esto lo atribuyo yo, a frustraciones propias de cada individuo
discriminador, quienes al no poder justificar un argumento o causa cualquiera
con el intelecto, acuden a la agresión, y/o discriminación para ocultar sus
falencias. Y así se lo argumenté a la hermosa mulata, y le informé que así de blanquito
como ella me veía a mí, era hijo de madre negra, y seguidamente le pregunté: ¿Y
tú, eres negra? A lo que ella muy afanada respondió, ¡Claro que no! ¡Yo soy
morena clara!
Moraleja: El ofenderse es
una decisión propia. Desde hace muchos años decidí, que a pesar de lo que digan,
o hagan, no ME permitiría, que nada, ni nadie, me ofendiera.